sábado, 29 de diciembre de 2012

San Pedro de la Nave o los visigodos en el Esla


Reproducimos el artículo que ha dedicado a nuestra iglesia Isabel Sagüés en el diario digital El Imparcial, y también le mostramos nuestro agradecimiento. La autora es periodista y MBA en Administraciones Públicas y Máster en Comunidades. Ha dirigido entidades culturales sin ánimo de lucro como la Fundación Canalejas y la Fundación ICO.

ISABEL SAGÜÉS

A inicios del siglo XX, la electricidad era algo más que un milagro. Su utilización en la incipiente industria nacional, junto a la creciente demanda de los ciudadanos para la vida cotidiana, convirtió en necesidad la producción de energía eléctrica. Hubo que encontrar el lugar idóneo para producirla. Algunos prohombres del momento, emprendedores y visionarios, vieron en el Duero, en la diferencia de cotas que marcan la Meseta y la dulce tierra portuguesa, y en sus afluentes, los recursos hídricos necesarios para producir esa energía, para satisfacer esa demanda en crecimiento. A partir de 1900 se inició la construcción del impresionante complejo hidroeléctrico del Duero, una obra admirable, ejemplo de un extraordinario proceso industrial, modelo de aplicación de la ingeniería al servicio de la sociedad.

Poco antes de que el río Duero se acode, irrumpa en Los Arribes y siga paralelo a la frontera con Portugal, recibe las turbulentas aguas del Esla, el importante afluente que nace en la Cordillera Cantábrica, en las cercanías del puerto de San Glorio. A lo largo de 285 kilómetro riega las tierras de León y Zamora. En un estrecho y profundo cañón discurren los últimos kilómetros del río que, cuando desagua en primavera y en época de avenidas, se muestra salvaje, incontrolado, y tan caudaloso que lleva más agua que el propio Duero.

En el río Esla, en la comarca del Pan, tierra de páramo, cuajada de pequeños núcleos urbanos, se inició en 1929 la construcción de una presa y una central eléctrica. En concreto se levantó, poco antes de la desembocadura en el Duero, en el municipio de Ricobayo, que da nombre a la que sigue siendo una extraordinaria obra de ingeniería y que durante años fue presa más importante de Europa, capaz de proporcionar el 15 por ciento de la demanda eléctrica española de la época. La construcción de la presa no fue una misión fácil. Tuvo una enorme complejidad y hubo que afrontar graves problemas técnicos, humanos y sociales. Incluso hubo que cambiar una iglesia de emplazamiento.

Cuando el Estado otorgó la concesión para la explotación hidroeléctrica del río Esla a la empresa Saltos del Duero, más tarde Iberduero y ahora Iberdrola, puso como condición, sine quam non, salvar la parroquia de San Pedro de la Nave, pequeño núcleo rural a orillas del río que iba a quedar sumergido por las aguas del pantano. Se trataba de salvar, en apariencia, una pequeña y humilde iglesia. En realidad el Estado estaba salvando un tesoro, una joya, desconocida entonces e incluso hoy en día. Se trataba de San Pedro de la Nave, la herencia artística más importante y mejor conservada del periodo visigodo.

Durante siglos, la iglesia, que se levantó como un eremitorio en un antiguo poblado romano, era desconocida. Hasta que Manuel Gómez Moreno, historiador, epigrafista, arqueólogo, la descubrió por casualidad en 1906. La encontró camuflada entre edificaciones posteriores. De inmediato reconoció su inmenso valor artístico. Gracias a la forma de las letras de las inscripciones en la época visigoda, fechó su construcción a finales del siglo VII. Por una vez, el Estado actuó con rapidez y en 1912 San Pedro de la Nave fue declarada monumento nacional.

El traslado de la iglesia no se hizo sin polémica. Había que buscar un nuevo emplazamiento y pueblos, ciudades, autoridades civiles y religiosas opinaban y todos querían la iglesia para sí. No se ponían de acuerdo hasta que el Obispo recibió una sencilla y escueta carta. Le preguntaba una vecina de San Pedro: si los vecinos de este pueblo vamos a ser trasladados a Campillo, ¿no sería lo justo que con nosotros viniera la que durante trece siglos ha sido nuestra parroquia? Misiva definitiva y polémica zanjada. El complejo traslado se realizó, bajo la dirección del arquitecto Alejandro Ferrant, una vez enumeradas, piedra a piedra entre 1930 y 1932. Se aprovechó la ocasión para restaurarla y devolverle la fisonomía inicial. Desde entonces, la iglesia visigótica de San Pedro de la Nave descansa a las afueras de este pequeño municipio, acosado por la despoblación: sólo viven 30 personas. Cada año, a una de las familias le toca ocuparse de la iglesia que, pese a ser un maravilloso tesoro, recibe pocos visitantes.

El templo de San Pedro de la Nave debió ser construido a partir del año 680. Es el más completo y mejor conservado de los escasos edificios que se conservan de la época visigoda. Demuestra el altísimo nivel que alcanzó el arte visigodo en los pocos más de cien años que transcurrieron desde la conversión de Recadero del Arrianismo al Catolicismo y la invasión árabe.

San Pedro se construyó en planta de cruz griega, si bien posteriormente se le añadieron dos naves laterales que le confieren un aire de basílica. Al lado del presbiterio posee dos estancias que debieron de servir de celdas eremíticas. El conjunto, muy bien proporcionado, compone una planta rectangular de aproximadamente 16,80 metros por 11,20 metros, de la que sobresalen tres capillas. La del cabecero forma un ábside rectangular. Las cubiertas son abovedadas y de medio cañón y los arcos son de herradura como era habitual en los templos visigodos.

En conjunto, el interior es un importante juego de volúmenes y una hermosa e interesante decoración que resume la iconografía utilizada en el momento: espléndidos y labrados capiteles que exhiben escenas históricas inspiradas en la Biblia, como las historias de Daniel en el foso de los leones y el Sacrificio de Isaac. No menos meritorio es el friso, que resalta por su grandeza con una sucesión de figuras geométricas con motivos vegetales y animales. Pura armonía, pura belleza labrada en piedra.

Fuente: El Imparcial, 18/09/09.

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